El Libro

Manuel Jorques Ortiz, página 13: "Las historias de este libro pretenden recoger la voz de los desfavorecidos, de quienes han permanecido mudos durante tantos años, en un intento de dar a conocer la “cara oculta” de la antigua Colonia, aquella en la que “Sidi Ifni, como todas las ciudades sitiadas y en alerta por una posible reanudación de un conflicto bélico latente, prosperaba gracias al sudor, la sangre -e incluso la muerte- que a diario manchaba sus flancos. Podría decirse que aquellos miles de jóvenes soldados que se marchitaban en las trincheras eran el alimento de la ciudad. De una ciudad en la que, mientras los hombres en los parapetos del campo sentían el pulpo del frío agarrado a su carne hasta el alba, muchos de sus jefes jugaban a las cartas, bebían, bailaban y se divertían en el Casino de Oficiales”.

Lluis Noguer Pastó, página 34: "Efectivamente. En la Policía todos éramos profesionales... Yo estuve en Pagaduría donde el capitán jefe, Don Enrique Abasalo Bereicua, tenía un letrero en una pared que ponía: UNA MUJER, UNA SOLA MUJER Y NUNCA LA MISMA MUJER".

Ana María Nogales, página 58: "Nada hacía presagiar que el fin de la Colonia se hallaba a la vuelta de la esquina salvo el conocimiento parcial que se tenía del sistema defensivo de trincheras a muy poca distancia de la ciudad. La verdad es que no queriamos ver la realidad".

José Mari Urcelay, página 74: "En otra ocasión, los reclutas tuvimos que permanecer cuerpo a tierra con el mosquetón en posicion de tiro durante mucho tiempo, soportando las veleidades de un teniente que, con sus 90 kg. de peso, se subía sobre las posaderas de los reclutas, pidiendo que el recluta cantara a la luna. En aquella ocasión su frustración estribaba en que no había podido ir a una fiesta en el Casino de Oficiales".

Juan López Moreno, página 95: "No obstante sufrieron todos las censuras de las cartas que escribían o recibían de la familia y Juan pudo conocer, de primera mano, como el comandante Nogales preparaba unas armas de origen soviético con la pretensión de que la prensa y la opinión pública creyeran que estabamos siendo atacados por la URSS ¡Una total y absoluta mentira".

Juan López Moreno, en su calidad de civil, encargado de la Casa de España y propietario del Twist Club, página 98: "Sidi-Ifni era, en aquellos tiempos, el maná de los nativos.Vivían, comían y tenían una vida algo digna gracias a España. Para los militares profesionales fue un rio de alcohol en el que ahogaban sus melancolías, y para los comerciantes la gallina de los huevos de oro: Se hicieron importantes fortunas".

Paco López, funcionario del Banco Exterior, página 114: "Sus pretendidas explicaciones de que era un funcionario civil de nada le sirvieron. Todos los europeos se hallaban militarizados y tendrian que efectuar -en las horas libres de sus trabajos civiles- las misiones que el Delegado Gubernativo y Jefe de la Policía (comandante Mena) les encomendara".

Antonio Pérez Pérez, página 125: "El inefable teniente Cuevas -que ha contado la historia de aquellos días a su manera- tenía algunos confidentes moros y como para cualquier tarea fuera de los servicios normales siempre se llevaba a Antonio, una noche le condujo a un punto determinado conduciendo la pick-up por terrenos que conocía como la palma de su mano, para reunirse con uno de aquellos chivatos. Sí que lo encontraron. Estaba debajo de un argán, tendido en el suelo, con la cabeza aplastada con una gra piedra".

José Sabater Fernández, página 149: "Han llegado por avión, desde Canarias, un grupo de ocho prostitutas para solaz de la población masculina, que han sido recibidas por el propio general y su estado mayor. Este suceso es ampliamente comentado y muy bien recibido por todos y, especialmente, por los legionarios".

Antonio Moreno Armario, página 171: "Una noche, en una trinchera estando con el cabo 1º Chacón, me decía que me asomara para ver si los tiros venían de muy lejos. Yo le dije que no asomaba la cabeza. El cabo me dijo que me daba esa orden y que él no lo hacía porque tenía dos hijos, a lo que le contesté: yo tengo una hija, pero aunque no la tuviera... ¡Tampoco me asomaba!"

María-Teresa Suárez Lorenzo, página 179: "En Sidi-Ifni pronto aprendí a que la igualad en la que había crecido al lado de otros niños, cristianos y musulmanes, hijos de subalternos o de oficiales, se había acabado. Según me iba transformando en una mujercita notaba que existía un rechazo y discriminación hacia mi persona por ser hija de sargento. Supe que me estaba vedada la piscina para bañarme, ya que el día que con unas amigas intenté entrar, me expulsaron, y lo mismo me ocurrió cuando un oficial me invitó a un baile en el Casino. Las chicas de mi edad, hijas de jefes y oficiales,  me miraban por encima del hombro y quiero dejar claro que, en la actualidad, en las reuniones de antiguos residentes en Ifni, las élites continuan teniendo el mismo comportamiento".

Alfonso Gallardo Mayenco, página 182: "Nacer en el seno de una familia de militares subalternos en Ifni, te marcaba para siempre. Existían castas que no se mezclaban unas con las otras y la nuestra era la de los suboficiales en la que se desenvolvían mis abuelos, padres y tíos, aunque no por eso creas que eramos infelices. De puertas a dentro formábamos una gran piña fraternal en la que recibíamos el cariño y atenciones no solo de los familiares directos sino también del grupo de amigos con los que se compartía cuanto tenía".

Ángel Ruiz García, página 199: "Hubo mucho desconcierto y cada uno se escondía donde podía de los disparos, sin que se pudiera responder al fuego ya que no se veía nada; eran sobre las seis de la tarde cuando se oyó el cornetín de órdenes tocando retirada y, es de ver, como corría el Tabor al completo cuesta abajo, sin mirar los muchos obstaculos existentes, huyendo de las balas que continuaban silbando, y produciéndose varios heridos derivados principalmente por las caídas y no por los disparos. Al hacerse de noche, que en aquellos parajes la oscuridad cae de golpe, y no saber donde estábamos ni tener contacto con los mandos, me junté con otros dos compañeros, al amparo de una gran piedra, y allí callados y sin pegar ojo pasamos toda la noche ¡qué largas son esas horas! Bien avanzada la mañana oímos nuevamente el cornetín de órdenes del Tabor y pudimos agruparnos con el resto de lo compañeros en la plana mayor. En aquella precipitada huida nocturna, los mulos cargados de munición y sus acemileros fueron los que más sufrieron, ya que a las bestias se les soltaba la carga que les trababan las patas, dando grandes coces, y sus conductores estaban desolados por la que les iba a acaer -castigo- si perdían la mula o la carga o ambas cosas. El II Tabor regresó al cuartel con el rabo entre las piernas".

Adolfo Cano Ruiz, página 219: "Un pelotón -en el que iba yo- consiguió acercarse por un lateral y lanzamos al interior de la cueva ocho o diez bombas de mano. Al entrar en el interior la visión fue dantesca, pero lo que perdura en mi mente es que había un macuto con un pan salpicado de sangre que nos repartimos entre los tres que entramos y lo comimos sin limpiar, con verdadera avaricia, para no compartirlo con el resto del pelotón".

Alfonso-Carlos Alsua Irurzun, ex prisionero, página 233: "Las patadas y los tortazos eran cosa común diariamente. No comiamos, salvo un nabo al mediodía y nos daban agua sucia que decían era café. Al tener mucha hambre, no nos importaba lo que nos dieran, nosotros lo comíamos y lo bebíamos. Nos quitaban pelos del pubis y nos los metían en la boca. Estábamos llenos de piojos. Voy a omitir muchos más datos dada su dureza. Fue cruel, muy cruel. No podéis imaginar cuánto, pero al teniente creo que no lo tocaron, ya que lo tenían en algún lugar con privilegios".

Josep Carrera Mor, página 260: "El Cherja pasó de estar detenido en una celda a una cama del hospital, en donde era vigilado día y noche por una pareja de policía ya que tenía prohibido recibir visitas así como hablar con nadie excepto con los médicos y enfermeros. Cuando a Josep le tocó tal servicio el musulmán empezó a darle las gracias por lo que había hecho y al preguntarle, sorprendido, que como sabía que le había donado sangre su respuesta era un contundente yo saber, yo saber, lo que en el fondo significaba que la población indígena conocía a todos los policías destinados en Sidi-Ifni mucho más que éstos a aquellos". Página 266: En cuanto salió del Campamento (el comandante Mena) fue digno de ver al sargento Rubio, con aquella oronda figura, saltando y gesticulando, dirigiéndose al recluta: ¡Me cago en la leche que mamaste!... Cuando un oficial te pregunte por las piezas de un arma no digas nunca la cantidad, pues el oficial no sabe cuantas tiene. Sabe su funcionamiento pero no las piezas, por lo que si dices dos, pues dos, si dices tres, pues tres... Esa era la sabiduría adquirida por aquel tipo de sargentos, con más de treinta años de chuscos a su espalda.

José Alonso Llorente, página 291: "En el transcurso del Campamento me tocó en suerte también ejercitarme como artificiero, bueno a mi y a otros cuantos; nos librábamo de algunas tareas pero realizábamos otras mas entretenidas, como por ejemplo, una vez terminados los entrenamientos de lanzamiento de granadas ("la Breda"), en los lugares destinados a tal fin, pasar a recoger multiplicadores y granadas que no habían estallado; eso sí, con los último adelantos de la época. Un compañero con una cuerda de una longitud aproximada de diez metros se ponía en el centro de la zona, otro recogía el extremo opuesto e iba haciendo un circulo, mientras el resto entre ellos dos íbamos escudriñando el terreno y recogiendo todo aquel artilugio que nos parecía sospechoso, granadas sin explotar o multiplicadores de estas que luego juntábamos en un montón y con un mosquetón, ya alejados a una distancia prudencial, se hacían explosionar.

Francisco Susarte Molina, página 294: "Pese a tener 24 años recién cumplidos -el 19 de enero de 1.961- y el título de licenciado en medicina y maestro nacional, en aquella época no se salvaba casi nadie de pasar por el tamiz del método prusiano de enseñanza militar que nuestro ejército utilizaba; mucho palo y poca zanahoria. Esa era la norma y tuve que pasar por la trituradora de un sistema militar arcaico y obsoleto que, en Ifni, tenía su máximo exponente en el Campamento de Reclutas del Grupo de Tiradores Ifni nº 1".

Victoriano Gracia Manzano, página 330: "Cuando al acabar la jura individualmente regresábamos a la formación, los dos soldados que iban delante de mi ni conseguían llevar el paso ni llevar el mosquetón en suspendan, por lo que el teniente Recio -¡qué debía estar de una lechecica e hazte pa'ya y no te menees!- comenzó a golpearles en la espalda con la empuñadura del sable hasta que uno de ellos, dando un grito, se desplomó y aunque no podía moverse le intentó -el teniente- seguir golpeándolo en el suelo por lo que dejé el mosquetón, me interpuse y le insistí en que llamara a una ambulancia porque como médico, creía necesario evacuarlo al hospital".

Bernardo Levia Pérez, página 353: "Ni mi familia ni los amigos que en estas tierras (Holanda) he hecho, han entendido lo que significó Ifni para los jóvenes que éramos enviados a aquel pedazo de África, ignorantes de lo que nos esperaba. Hoy puedo decir con orgullo que superé -lo superamos la mayoría- aquella dura prueba y puedo hacer alarde de que fui un Tirador de Ifni, un cuerpo de élite del ejército colonial español".

Gabriel Ruiz Fabres, página 357: "Fueron meses de un martirio añadido a los demás padecimientos, sin posibilidad de reclamar ante nadie, ya que la respuesta era el consabido latiguillo de ¡las reclamaciones, al maestro armero!, elemento que, como se sabe, carece de todo tipo de atribuciones en la milicia". Página 364: "Antes de mojarla, con un cuchillo -la bayoneta también servía- se rascaba la mugre para ablandar la prenda endurecida -podía sostenerse erecta como si de una armadura se tratara- para después con el agua del cazo irla lavando por zonas".

Solio Balsells Serralla, página 371: "De esta forma, con el paso de los días se convirtió en un obediente cabo furriel, sordo y mudo a cuanto le rodeaba respecto al latrocinio que algunos mandos efectuaban en el tema de la comida para la tropa. Así, un vale por quinientos kilos de patatas, o cien litros de aceite -por poner un ejemplo- al retirarlos de la Intendecia se empequeñecían de forma asombrosa y unos brigadas y sargentos vendían a bajo precio lo escamoteado en la Bodega Paniagua, lugar donde después se despachaban los alimentos como productos propios, cuando eran alimentos hurtados a los soldados de Tiradores".

Jaime Juan Cremades, página 383: "Quiero poner de relieve que en nuestra Compañía Mixta nadie metía la mano en la caja de la comida para lucrarse, ya que las partidas destinadas básicamente a la alimentación las controlaba el capitán y el cocinero y si al llegar a final de mes existía un sobrante entonces de daba un par de día comida extraordinaria o se compraban utensilios para la cocina que el cocinero requería como necesarios. Acuérdate que una ves nos mandaron de Las Palmas una olla a presión de gra tamaño... Pues se pagó con el dinero sobrante de la comida".

Fernando Segura Beneyto, página 389: "Me ha quedado muy claro que en aquella época eran los soldados rasos quienes soportaban todas las fatigas y peligros en las posiciones de montaña; tenían una alimentación muy justita ya que de su comida les eran sustraídas las viandas mejores que el cocinero y rancheros nos comíamos, así como el voluminoso paquete mensual que se llevaba a su casa el suboficial de cocina a finales del mes en que tenía dicho servicio, que sin duda servía para comer a su familia durante un largo periodo de tiempo".

Manuel Lorente Ruiz, página 392: "Con la mayor sinceridad he de reconocer que aprendí poca cosa sobre el manejo del fusil-mosquetón que a poco de llegar se me asignó; nada respecto a los cañones y mucho en lo concerniente a los mulos; ese animal era el Dios de la Unidad. Su alimentación y bebida era prioritario de tal forma que aunque uno tuviera sed se tenía que dar de beber en primer lugar al mulo y si este se dignaba dejar algo en el cubo entonces el soldado podía sorber el resto".

Josep-María Contijoch Casanovas, página 407: "Conoció Josep María al civil Julio Mateo del que cuenta que al visitar el acuartelamiento el nuevo gobernador general Gómez-Zamalloa se le ocurrió asomar la cabeza por el comedor en donde el bueno de Mateo estaba distraído, leyendo el periódico, sin enterarse de la importante visita, por lo que ni se levantó ni saludó de otra manera que con un desvaído hola que debió irritar al militar, ya que hizo indagar la identidad de aquel individuo. Como era un paisano se salvó del consiguiente castigo".

Josep Augué Solé, página 410: "En ese Campamento pasaron muchas calamidades y se repartieron golpes y vejaciones a los reclutas de las que eran protagonistas, numerosas veces, los instructores policías no profesionales, que el año anterior habían pasado por la misma experiencia de recluta. Sobresalía -en 1.960- un cabo apellidado Hidalgo, que había sido boxeador, circunstancia que se hacía patente por la contundencia y sabiduría con la que daba sus golpes. Y por encima de todos el esquizofrénico cabo 1º Rey a quien se le tenía auténtico terror".

Enrique Escribano Bergadá, página 433: "No puedo dejarme en el tintero lo que me confirmó con toda la crudeza posible aquel concepto de la separación de castas que había venido observando. Resultó que por la mañana, estando en la oficina de la compañía, me apercibí de que al moro que tenía servicio de patrulla la noche próxima no le había notificado el evento por lo que, sabiendo que trabajaba en el Casino de Oficiales, me fui hasta dicho lugar dando un paseo. Entré en el establecimieto donde se hallaban uno musicos ensayando y estaba prácticamente vacío de público. Efectué la notificación y me volví hasta el Cuartel donde ya me estaba esperando el capitán Atienza para darme la gran bronca por haber entrado -yo, un soldado con galones de cabo- en el Casino de Oficiales, reservado únicamente para ellos".

Rafael Valentín Villar-Moreno, página 475: Mi paisano furriel, que tampoco había dormido gran cosa, me puso al corriente del uso y costumbres de esas personas cuando se encontraban destacados. Todos los fines de semana siguientes al día e la paga, se reunían en la oficina del capitán a jugar una partida que duraba hasta la diana del lunes. El furriel les suministraba luz, comida y bebida. Al parecer los ganadores le daban alguna gratificación, con lo cual ganaba siempre y ¡sin tener que sentarse a la mesa!". Página 531: "Puede parecer poco explicable que un soldado de quinta en vez de alegrarse de que nadie más haya sido destinado a Ifni, sienta la perdida del Territorio. Yo lo hago precisamente para reivindicar la dignidad, espíritu de sacrificio y amor a la Patria del soldado español. En primer lugar por los que cayeron en la Guerra Olvidada...; en segundo por los que combatieron y fueron apresados. Estos sufrieron prisión, torturas y cautiverio en territorio y cárceles de nuestro país amigo Marruecos. En el Reino de Marruecos es donde etuvieron confinados y no en ningún territorio lejano e ignoto controlado por por las bandas incontroladas. Y mientras esta situación existía, en Madrid se tragaban sin vaselina -que cada cual imagine por que vías- las mentiras y desfachatez del país amigo".

Xosé-Manuel Martínez Oca, página 535: "La sociedad estaba compartimentada de modo casi asfixiante, jefes y altos oficiales con sus familias en lo más alto de un estrato casi impermeable. Otros cuantos oficiales, los comerciantes y el resto de la población civil europea, por debajo, en una especie de limbo indeterminado. rozando por una parte la capa de los privilegiados y por otra la del nivel inferior, compuesto por la suboficialidad de los distintos cuerpos militares. Más abajo estábamos nosotros, los soldados de reemplazo, con solo un escalón inferior bajo el nuestro, el de los nativos en una especie de apartheid del que tal vez ellos tampoco pretendieran evadirse".

Jesús Gil Blasco, página 544: "Y el glorioso Grupo de Tiradores nº 1, sin protocolo alguno, fue disuelto en enero de 1.969, y el recientemente formado Grupo nº 2, también. El primero fue llevado a Las Palmas y los del segundo a Arrecife de Lanzarote, y en ese nuevo detino Jesús fue testigo histórico del desarme de los restos del Ejército Colonial español: Tiradores de Ifni.

José-Pascual Colomer Monsalve, página 548: "Pepe Colomer salió de Sidi-Ifni el 13 de junio de 1.969 destinado como cabo 1º al Regimiento dee Infantería Canarias 50, de Las Palmas, en donde tuvo que completar el tiempo que le restaba de mili. Antes había sido testigo de de cómo Tiradore nº 1 había quedado reducido a un solo Tabor, llamado Tabor 31 de Mayo, formado por personal perteneciente al segundo llamamiento de 1.968 -el suyo- que sin ser conscientes en aquel momento ha resultado que fueron "los últimos de Ifni", al mando del coronel de la Legión ya que el de Tiradores se había marchado a la Península por su ascenso a general".